Por: Miguel Solano Jiménez
•
Dos amigos músicos se meten en problemas con la mafia durante la era de la Prohibición y se hacen pasar por mujeres en una banda de jazz para ocultar su identidad.
•
Si todo lo que necesito para convencerte de que soy mujer es una peluca y una falda entonces el género se parece más a un juego de roles que a una condición innata; si no existe correlación objetiva entre vagina-maquillaje y vagina-tacones quiere decir que el género es apenas un adorno.
El valor humorístico de la película se disipa bajo los lentes del mundo actual, pues su gracia reside ante todo en la noción de inferioridad de lo femenino; como cuando se caricaturiza a un rey haciendo cosas de plebeyos vemos “hombres haciendo cosas de mujeres”.
Hombres que aún padeciendo acoso sexual por parte de otros hombres mientras están en traje de mujer desaprovechan la oportunidad de cuestionarse esas conductas de violencia y terminan, al contrario, por normalizarlas, como si el acoso se tratara apenas de otra de las tantas «desventajas» de ser mujer.
Como cuando el botones del hotel le dice al protagonista (transformado en mujer) que por la noche irá a visitarla a la habitación y que no pierda el tiempo poniéndole seguro a la puerta pues él tiene la llave.
La popularidad de la película en su momento es lo que hace, entre otras cosas, indispensable su preservación; pues encapsula el sentimiento de una época. El -cada vez más- necesario recordatorio sobre la violencia que subyace a la normalidad y sobre aquellas expresiones de violencia que, justo ahora, estamos ignorando o incluso celebramos.
•
Perfil: Realizador audiovisual y fotógrafo.
Cláusula de conflicto de intereses: Miguel Solano Jiménez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico/profesional/personal de su perfil.