Análisis | Por: Juan Carlos Rico Noguera
En este detallado y riguroso análisis, el antropólogo y politólogo Juan Carlos Rico Noguera esboza los aspectos más relevantes del volumen introductorio del Informe Final de la Comisión de la Verdad entregado a la opinión pública el pasado 28 de junio de 2022. Esta es la primera de dos partes de este importante material para la superación del conflicto interno armado en Colombia.

El informe final de la Comisión de la Verdad, tal como sugiere Jefferson Jaramillo en un artículo reciente de opinión, promete ser el legado más voluminoso de cualquier comisión de estudio de la violencia o de esclarecimiento histórico que haya existido en el país, un país donde ha habido más de catorce (Jaramillo, 2014, 2022). Es posible que también sea el legado más voluminoso de cualquier comisión de la verdad en el mundo. De hecho, el informe final viene en varios volúmenes, lo que implica revisar cada uno bajo lentes distintos. En este breve artículo de reflexión presento una interpretación del volumen introductorio, que en buena medida fue presentado por el Presidente Francisco de Roux en el lanzamiento público del informe final.
Empecemos por decir que el volumen introductorio que la Comisión de la Verdad le presenta al país está lejos de ser un texto que refleje los más altos estándares académicos. Pero dicho volumen no pretende ser una representación de la virtud académica, incluso cuando es evidente que busca legitimidad pública presentando un modelo especial de objetividad que puede llegar a ser útil para el entendimiento y la transformación de las violencias en Colombia. En esa medida, esperar de este volumen el rigor y los datos para hacerse una idea de “la verdad del conflicto colombiano”, como lo han venido haciendo los representantes de la derecha más recalcitrante del país, es esforzarse en vano. Sugerir públicamente que en ese volumen se encentrarían los datos y el rigor de un trabajo de casi cuatro años también puede ser un intento deliberado de desinformación, así que, queridos y queridas lectoras, evaluemos cada cosa en su justa medida.
Tal como sugiere el título del volumen introductorio del informe final (Hay paz si hay verdad: Convocatoria a la Paz Grande), el texto no es otra cosa que una convocatoria para construir lo que los y las comisionadas han decidió llamar “La Paz Grande”. Desafortunadamente, no hay una sola instancia en el texto donde se defina lo que es “La Paz Grande” de forma explícita, algo desafortunado para un texto que debe ser ampliamente entendido por el público. En esa medida, solo queda presentar un esfuerzo interpretativo para dar cuenta de un texto que, antes que nada, es una declaración pública y honesta de los valores de los y las comisionadas que lideraron el esfuerzo más grande, y probablemente mejor financiado, de esclarecimiento de las causas y los efectos del conflicto armado interno en Colombia.
LO QUE DICEN LOS NÚMEROS Y LAS PALABRAS
Contar las palabras de un texto a veces dice mucho, y otras veces no tanto. Sin embargo, después de leer las 64 páginas del volumen que aquí se discute, puedo decir con certeza que en esta ocasión hace sentido contar las palabras que se utilizaron en la escritura del volumen introductorio del informe. Quitando preposiciones, conjunciones y artículos, las diez palabras más utilizadas en su orden respectivo son: paz, verdad, comisión, Estado, conflicto, víctimas, Colombia, grande, y convocatoria. En esa medida, y alimentando las palabras mencionadas con el producto de la lectura del informe, tenemos que este volumen es una presentación de principios rectores (paz y verdad) y de la Comisión de la Verdad como tal (comisión). Esto quiere decir que el volumen introductorio, antes que nada, debe ser interpretado como un manifiesto en el que la Comisión se presenta ante la opinión pública, que en buena medida ignoró su trabajo durante el mandato que recibió del Acuerdo de Paz.
Este volumen también es una descripción global, aunque poco rigurosa, de la violencia colombiana y sus efectos. De allí la prominencia de palabras como Estado, conflicto, víctimas, y Colombia. Dicha descripción, que poco habla de cifras y se queda muchas veces en la descripción apasionada de lo horroroso del conflicto colombiano, se me presenta como una invitación a revisar los demás volúmenes que conforman la totalidad del informe final que la Comisión de la Verdad le deja al público colombiano e internacional.
Finalmente, por la relevancia de palabras como grande y convocatoria, el volumen también es un llamado a apoyar el Acuerdo de Paz y el Sistema Integral para la Paz. Aquí está el elemento político de un informe que no es tímido en cuanto al perfilamiento de su identidad. La clarificación no se hace exclusivamente en busca de una descripción definitiva de los problemas colombianos, sino se hace en pos de la construcción de una democracia donde la violencia política no tenga lugar, y donde las graves desigualdades que atraviesan y fracturan al país sean entendidas como un problema político y social que requiere repensar el modelo de desarrollo económico.
UNA COMISIÓN QUE SE DEFINE A TRAVÉS DE LOS PRINCIPIOS Y VALORES DE SUS INTEGRANTES.
Ya dije que el volumen introductorio del informe final es, antes que nada, una presentación de la Comisión ante la opinión pública. La Comisión se define oponiéndose a un estado de cosas y de valores colombianos que diagnostica, o afirmando directamente lo que es. En el primer caso, la Comisión se define en oposición a un rasgo de “lo colombiano”. Dicho rasgo es una actitud frente a la vida colectiva, una actitud que asume un modo de guerra constante en el que no se concibe o reconoce a los que piensan o actúan distinto.
Por ejemplo, se lee: “Llamamos a tomar conciencia de que nuestra forma de ver el mundo y relacionarnos está atrapada en un «modo guerra» en el que no podemos concebir que los demás piensen distinto. Los contrincantes pasan a ser vistos como conspiradores, sus argumentos dejan de parecernos interesantes o discutibles para ser peligrosos y temibles, y tenerlos en cuenta a la hora de debatir es una supuesta traición a lo propio” (Comisión de la Verdad, 2022 P. 11). En mi opinión, esta caracterización de lo colombiano es importante en la medida de que invita a construir una cultura de diálogo democrático sin la que la democracia no es más que un cascarón vacío. Sin embargo, es también una falacia que saca de contexto las expresiones trágicas y horrendas de la violencia en Colombia, y que de manera falsa establece una relación causal entre intolerancia o tribalismo y conflicto armado colombiano. Creo que todos y todas podemos acordar que la intolerancia y el tribalismo son características profundamente lesivas para la democracia, pero de ningún modo pueden presentarse como rasgos de lo colombiano, o como una explicación de nuestra violencia sin caer en serios problemas de orden empírico.
Sin embargo, la Comisión también sugiere que en Colombia hay un estado de cosas en el que el reconocimiento de responsabilidades sobre el daño brutal que ha dejado la guerra, o las injusticias sociales y económicas de larga data, es inexistente. Esta afirmación es mucho más difícil de rebatir, y de hecho no habría una Comisión de la Verdad en Colombia si el reconocimiento de los daños y el dolor producto de la violencia y la injusticia fuera algo dado. En esa medida, la Comisión se presenta a sí misma como una invitación al reconocimiento de lo injusto y lo horroroso para transformar definitivamente y para bien al país.
En el segundo caso, o cuando la comisión se define a partir de la descripción de sus propias características, la Comisión alude a los valores que sus comisionados compartirían, así como a su entendimiento de la misión que la Comisión tiene de cara al momento histórico que habita. Se sugiere en el volumen introductorio que la misión de la Comisión es traer un mensaje de esperanza y futuro, y un mensaje de verdad para detener la tragedia de la violencia (Comisión de la Verdad, 2022 P. 9). Así mismo, su misión es invitar a superar el olvido, el miedo, y el odio a muerte que se cierne en Colombia por causa del conflicto. Por los muchos llamados que la Comisión hace a lo largo del texto, queda claro que la Comisión respeta y celebra el carácter pluricultural y pluriétnico del país, que convoca a proteger a los defensores de derechos humanos y a los líderes sociales, y a mantener la política de diálogo con actores armados ilegales como el ELN. Así mismo, la Comisión se opone a la continuación de la política con armas (Comisión de la Verdad, 2022 P. 10 – 11).
Pero si los valores de la Comisión que acabo de nombrar parecen demasiado apegados a lo que se espera de una institución de justicia transicional, lo que sigue ya no lo es tanto. La Comisión se alinea a una serie de demandas políticas, sociales y económicas que, quizá por las dinámicas propias de la violencia, no han tenido mucho juego en la historia del país. Primero, la Comisión sugiere que debe gravarse con impuestos de una manera mucho más enérgica a las clases pudientes, así como concentrarse en una suerte de redistribución de ingresos públicos para disminuir la inequidad. Segundo, la Comisión también demanda que los proyectos de inversión que tanto se protegen por la institucionalidad tengan un carácter social más marcado, y que la seguridad que provee el Estado no se concentre en proteger la inversión, sino en proteger a los ciudadanos. En este caso, vale la pena mencionar en audiencias públicas con la Comisión de la Verdad, varios militares han reconocido que su trabajo muchas veces se asemejó al de compañías de seguridad privada para grandes inversiones (Comisión de la Verdad, 2021). Tercero, la Comisión se opone a lo que interpreta como un entrelazamiento entre el narcotráfico y otras actividades económicas ilegales con el Estado y la definición de la política económica. Cuarto, la Comisión se opone a la relación entre la economía formal y los actores armados ilegales, algo que se evidenciaría por los lazos entre el paramilitarismo y las empresas que pagaron para que protegieran sus intereses (Comisión de la Verdad, 2022 P. 39). Todos estos elementos animan a la Comisión a hacer un llamado por el cambio del modelo de desarrollo económico, que aunque no se define explícitamente, se caracterizaría por un ordenamiento con miras a la consecución de la equidad, al cuidado del medio ambiente, y al respeto de la voluntad popular en los territorios cuando se trata de proyectos de inversión.
Nota: En los próximos días compartiremos la segunda parte de este análisis.
Perfil: Candidato a doctor en Antropología de Michigan State University (Estados Unidos), Magister en Estudios culturales, y politólogo.
Cláusula de conflictos de interés: Juan Carlos Rico Noguera fue voluntario en la Casa de la Verdad del Huila durante el mes de Febrero y Marzo del año 2020.