Por: Mauricio Muñoz Escalante

Domingo, 3:00 pm.
A la plaza empieza a llegar un grupo de ancianos. Hay cuatro bancas de cemento enfrentadas dos contra dos a una distancia de siete metros más o menos. De fondo hay una ceiba centenaria que presencia cuando van tomando asiento. Yo estoy en otra banca parecida, alejada y en diagonal al encuentro. Observo con atención. Por su aspecto, puedo concluir que la mayoría de ellos trabaja en el campo: la piel curtida quemada por el sol, las manos gruesas y callosas con cada dedo mirando en una dirección contraria, enjutos, alegres, con la ropa raída.
Cada uno habla con sus vecinos de puesto en voces inaudibles, supongo que sobre cuestiones del día a día. Escucho con cuidado. Algo dicen de un retoño de un árbol que estuvo sembrado en algún lugar del parque principal y ahora está cerca de la casa del cura. Cosas de ese tipo. Pasan los minutos. Conjeturo que están esperando algo o a alguien; que vinieron por algún motivo. No parece una reunión casual. Por lo menos no en Otás, pues es demasiado pequeño para que coincidan diez viejos, aquí y ahora. Deben ser todos los pensionados de este lugar, que no es municipio ni pueblo ni corregimiento ni caserío. Apenas es vereda: un par de casas alrededor de una parroquia, una cancha de baloncesto (sin mallas), y una tienda que se llama ⸺muy apropiadamente⸺ Casi Todo.
De pronto una de las señoras se aventura a decir algo lo suficientemente alto para que su voz llegue hasta los oídos de sus amigos de las bancas de enfrente, y la conversación fluya entre todos. Y un tema que se pueda ventilar a ese volumen, que sea entendible por cualquier persona en Colombia, un 13 de junio del 2022, una semana antes de la segunda vuelta presidencial, tiene que ser sobre política:
⸺Que nos va a subir la pensión ⸺grita, como siguiendo una conversación que viene de atrás.
⸺¿Quién dice? ⸺pregunta el señor que está justo a su lado, de manera que su oreja queda casi tocando la boca de la señora.
⸺Petro ⸺grita de nuevo⸺. Que a los campesinos nos va a dar más tierra, y que va a mejorar la salud.
Esta última parte casi no la entendí, pues ella empezó a reírse de una manera tan contagiosa que a los pocos segundos estaban hombres y mujeres por igual, todos con la boca abierta mostrando las encías, muertos de la risa.
«Jajajaja».
Al rato la matrona logró contener el ataque por un momento, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, e intentó rematar la idea entre nuevas risotadas.
⸺Eso dice ahora que se quiere subir ⸺dijo con una voz muy aguda, supongo que refiriéndose al solio de Bolívar⸺. Pero una vez se suba, nadie lo vuelve a ver.
Y, «Jajajaja», se volvieron a carcajear todos al unísono.
No se necesita ser William Ospina para saber que la debilidad de la propuesta de Petro es precisamente que repite lo que han pregonado los políticos de todos los partidos durante la última centuria, que son los años que llevan oyéndolo los hombres y mujeres matusalénicos de todos los pueblos de Colombia, ora liberal otrora conservador, ora rojo y azul otrora verde, amarillo, fucsia y hasta arcoíris multicolor, desde las plazas y parques que esperan el gemido cambio, y nada… Y no se necesita ser Alfonso Prada para saber que la fortaleza de esa misma propuesta de Petro es la posibilidad de que esta vez sí sea verdad.
¿Pero cómo creer?
Sentado frente a la Capilla de Jesús Nazareno de este rincón olvidado de nuestro país, estoy por pensar que creer eso es un acto de fe. Pero a los risueños abuelos que me acompañan en esta tarde soleada no los veo tan convencidos. Pareciera que en sus cabezas aún retumban las líneas del certero bambuco:
Aparecen en elecciones unos que llaman caudillos, que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos. Y al alma del campesino llega el color partidizo, entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino, todo por esos malditos politiqueros de oficio (A. Briceño, 1968).
Dediquen sus oraciones entonces a que no se cumpla el presagio del difunto Antonio Caballero: que en Colombia el próximo presidente, en este caso Gustavo Petro o Rodolfo
Hernández, siempre es peor que el anterior.
⸺¿Peor que Duque?
«Jajajaja».
Conflicto de intereses: El autor no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee
acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo
académico/profesional/personal de su perfil.
Mauricio Muñoz Escalante es arquitecto. Máster en arquitectura (Pratt Institute de Nueva York), ahora residente en Neiva York. Aspirante a escritor, autor de varios artículos científicos y de divulgación, así como de algunas novelas y libros de cuentos y ensayo.