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Por Mauricio Muñoz Escalante

Ilustración elaborada por Miguel Guerrero

Como buen colombiano, empecé a echar las monedas de mil en un marrano de plástico para llevar a mi hijo a conocer los personajes de Walt Disney y Warner Bros. Con esta devaluación, sé que será un proceso que tomará varios lustros, y por eso soy consciente de que conviene empezar con anticipación. Y lo mismo aplica para los trámites: como sería muy ingenuo pensar que planear un viaje a USA se hace en el transcurso de unos pocos años, entonces llamé en octubre del año pasado para pedir la cita para sacar el pasaporte. 

¡Ay de mí! 

Me encontré con que el procedimiento nacional es arcano, rayano en el absurdo: se debe entrar a una página de Internet a una hora específica, como si se tratara de una secta masónica, sólo con el objetivo de diligenciar el formulario. Entonces recluté a varios familiares que sincrónicamente ingresamos al lugar descrito para de manera compulsiva ingresar los datos solicitados, en actitud guerrera de «O ustedes o nosotros, pero no podemos vivir juntos en el mismo planeta», hasta que por fin a alguno se nos activó el botón mágico que dice «Agendar cita», y logré que me asignaran un lugar en la apretada agenda de los burócratas. Pensé que en el siglo de las inteligencias artificiales disponer de un archivo de Excel que distribuya homogéneamente las citas en el tiempo no sería un servicio estrambótico, pero me equivoqué. 

Wile E. Coyote (Fuente: Looney Tunes and Merrie Melodies animated series, Warner Bros)

El caso, para hacerles el cuento corto, es que esta semana llegamos con mi esposa a hacer la fila en el día y la hora señaladas. Avanzamos pacientemente a la intemperie, lo que no deja de ser una incomodidad, ya sea porque haga mucho frío o mucho calor, habiendo todo un edificio donde las personas se pueden proteger de las inclemencias, hasta que llegamos donde una señora que tenía una tabla con una pinza en la parte superior y unas hojas impresas con un listado interminable. Lo natural en esas circunstancias es pensar que nuestro nombre estaba escrito ahí, pero ella recorrió las páginas y sin ningún asomo de vergüenza nos dijo que no.

—Toca que entren a la página y la soliciten de nuevo —dijo. 

Casi me desmayo de sólo recordar la técnica obtusa que ya describí.

—Aquí está —mostramos sorprendidos la impresión que sacamos de la imagen del computador—. ¡Llevamos esperando seis meses para esto!

—La debieron cambiar.

Mi quijada se descolgó y tocó el suelo igual que le ocurre al coyote de las series animadas.

—¿Cómo? —pregunté, recabando toda la paciencia que pude extraer de Job, que es mi patrón de devoción siempre que trato con funcionarios.

—Las citas que estaban para abril las hicieron en enero —me dijo. 

Me imaginé dando la vuelta tras aquel peñasco del desierto Technicolor y regresar con una carretilla llena de tacos de dinamita ACME, todos unidos a una mecha ensortijada que termina en un detonador que parece una bomba de aire, dispuesto a acabar con mi correcaminos… Entonces entendí el porqué de la medida de atender la gente al aire libre: es para garantizar la seguridad en el interior del establecimiento, so pena de que alguien ofendido de repente explote en su santa ira y cometa un acto atroz. 

Respiré profundo. 

La cara sin expresión de la señora me mostró que la situación es más grave de lo que se piensa. Sé que muchos tienen puesta la esperanza en que el caudillo de turno nos saque del hoyo, pero yo no estaría tan seguro. Su revolución no cambia nada de fondo. Anhelar Paz total sin una Lógica total que la anteceda es (una vez más en nuestra historia) pensar con el deseo. 

—¿Cómo hacía para enterarme de eso si ustedes no lo comunican? —le pregunté a la señora, pensando con nostalgia en el Mockus de las elecciones del 2010 y su «Insurrección educativa», pero sólo obtuve de ella la mirada vacía.

Supuse que si uno cambia una cita, lo mínimo que debe hacer es avisar a la persona afectada, más viniendo de un ente estatal, pero me equivoqué. La manera colombiana incluye que una vez la cita ha sido asignada, de todas maneras uno llame todos los días (ojalá en varios horarios) para preguntar si la cita sigue en pie, y eso nos parece normal.

Recorrimos abatidos la fila que daba vuelta al edificio hasta toparnos de nuevo con la señora a la que habíamos comprado un tinto más temprano. Porque esa es la otra clave del método nacional: no importa la hora del día o de la tarde a la que sea la cita, siempre hay que llegar a hacer cola y a tomar café a las cuatro de la mañana (para mantener activos todos los renglones de la economía, dirán).

—¿Se lo dieron? —me preguntó por el pasaporte.

—No —le respondí—. Llegamos noventa días tarde.

—¡Noventa! —La señora subió los hombros y se rio, mostrando el único diente que le quedaba. 

Le devolví la sonrisa con los labios sellados. Aunque mi hijo no podrá conocer al Coyote, seguramente la magnitud del retraso me garantice un lugar en los Guiness Records… ¡Y siempre está la opción del señor que se pone un disfraz de icopor de uno de los perritos de Paw Patrol, que se hace en frente del restaurante de pollo asado que queda bajando de mi casa!

Voy a llevarlo allá a que tenga su contacto con sus personajes favoritos de la televisión.

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2 thoughts on “Lógica total primero, Paz total después

  1. La mandíbula cayendo hasta alcanzar el piso: metáfora exacta de la certidumbre del fracaso de lo que construimos como sociedad, del resultado esperable de cada trámite. 👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽

  2. Ese es nuestro país, no se entiende tanta complicación para obtener una cita y memos se entiende siendo una embajada americana, ya que en su país son tan organizados. ¿Por qué estando aquí imitan el caos que nos acompaña para cualquier trámite? Salieron con » un corro de babas »
    Perfecto para la imagen del coyote con el que nos ilustra el columnista.

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