
Por Alejandro Tobos*
En el desolador contexto que embriaga al mundo estos días con respecto a la guerra, podemos ver reflejado en los acontecimientos los horrores que esta genera. Tremebundos hechos que constriñen las conciencias de la población que azotada por la violencia clama por el cese del conflicto. Eventos como los que han venido sucediendo en Rusia y Ucrania parecían impensables unos meses atrás, especialmente viniendo de una catástrofe mundial que nos hizo replantear nuestras ideologías y directrices con respecto a la propia vida, la pandemia aparentaba ser un acontecimiento detonante para la unión colectiva entre naciones, con frases repetidas hasta el cansancio como “es hora de cambiar para mejor” o como “no volvamos a ser los de antes, seamos mejores”, que hacían referencia a una utópica progresión en las relaciones humanas, que se podían extrapolarse a ámbitos tan fundamentales como el político.
Sin embargo, en el contexto actual se observan prácticas bastante alejadas a esos virtuosos objetivos. Por ello la guerra, hoy imperante en nuestros días es un hecho históricamente devastador, en el cual muchas veces se encrudece el alma de los involucrados de tal manera de que las acciones realizadas en medio de ella pueden ser atrozmente inhumanas, llegando a instancias francamente aborrecibles e impensables, ya que cuando la mente dominada por un odio cegador se propone hallar formas de tortura, la creatividad humana no conoce límites. La sexualidad emerge tímidamente como camino por el cual explorar cuando de hacer sentir dolor a otra persona se trata, un aspecto supremamente atractivo para los soldados, quiénes en la desesperación de la guerra y a su vez imbuidos en el agobiante aburrimiento ingenian atroces experimentos para humillar, avergonzar y destruir tanto física como mentalmente a sus enemigos. En 1994 se registraron decenas de casos de abuso, violación y tortura sexual por parte de las fuerzas ruandesas contra niñas y mujeres Tutsi en el marco del genocidio ocurrido en Ruanda en la decada de los 90 donde murieron alrededor de 800.000 tutsis en manos de la etnia gobernante, los hutus, la fragante violencia ejercida en aquel momento no solo recayo en torturas físicas, sino también en un detraimento del pueblo tutsi para flagelar hasta lo más profundo sus espíritus.

En el periodo de 1992 hasta 1995 tuvo lugar la guerra de Bosnia Herzegovina, donde miles de hombres sufrieron violaciones sistemáticas e incontables torturas de índole sexual en medio del confinamiento en campos de concentración al oeste de Bosnia, Keraterm y Omarska por parte de los soldados serbios, bosnios y croatas. Los cuales ejercieron sobre los prisionesros una presión lapidaria para que realizaran deprabadas prácticas que incluían sexo oral entre ellos, hasta el incesto en un caso registrado donde se le obligó a un padre a manetener relaciones sexuales con su hijo bajo la amenaza de muerte. Sucesos que destruyeron las vidas de quienes los padecieron, ya que la humillación y la vergüenza junto con las flagelaciones físicas perpetúan el sufrimiento hasta hoy en día, muchos años después. Donde muchas, por no decir que la mayoría de las víctimas padecen de trastornos mentales, problemas psico-sociales en sus relaciones con otras personas, depresión y ansiedad, entre muchas otras afecciones mentales, vestigios del sufrimiento que experimentaron.
Según la investigadora Valorie K. Vojdik, de la Universidad de Tennessee, registró que en los campos militares del Congo en la guerra sucedida en dicho territorio en los años de 1998 a 2003, el 20,3% de los hombres declararon haber sido subyugados por sus enemigos para ser esclavos sexuales durante su confinamiento.
El efecto embriagante del poder puede sacar lo peor de las personas, que dejan ver a la luz deseos sexuales reprimidos y una preocupante sevicia, como funesta cualidad para llevar al extremo la tortura de presos políticos y militares. Las personas que ejercen su dominio sobre otros hombres desean mostrar su predominancia de poder y virtud ante sus víctimas, quienes despojadas de toda dignidad humana son percibidas como criaturas que deben ser amaestradas por el ser superior. Pues en la guerra, uno de los objetivos es demostrar superioridad ante los adversarios, por lo que la humillación hasta niveles supremamente íntimos como la sexualidad de una persona, les confiere un supuesto imaginario de poder y autoridad frente a los individuos que sublevan. La violación es el acto más puro de dominancia, mediante en el cual una persona demuestra su control sobre otra, por lo que la violación y las torturas sexuales en la guerra son un siniestro síndrome que se ha prácticado por su profunda connotación psicologíca en los individuos, tanto para los que la ejercen como para los que la padecen.
*Alejandro Tobos es escritor, poeta e investigador. Su carrera consta de varias participaciones en revistas y diarios literarios. Ha sido ganador de importantes certámenes literarios y posee un libro publicado.