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Por: Illia Collazos

La crisis migratoria en Europa, que vio su apogeo entre 2015 y 2017, ha dado lugar a una creciente inclinación de algunos países europeos hacia la extrema derecha.

Parece inconcebible y descabellado hablar de fascismo en Europa. Al menos, públicamente sigue siendo un tema que es preferible eludir pero que resulta difícil ignorar, si echamos un vistazo a los últimos 10 años de la Unión Europea. 

No se trata ya sólo de grupos aislados que realizan demostraciones aisladas en algunas partes de Alemania o de Europa del Este, sino de una realidad política que, lentamente, gana fuerza: Le Pen en Francia, que por segunda vez – y quizá con mayor fuerza – desafía a Emmanuel Macron; Viktor Orbán en Hungría, que en no pocas ocasiones ha dejado claro cuánto le molesta la inmigración hacia su país.

Lo cierto es que Europa reúne una totalidad de países democráticos y la diversidad de los mismos ha hecho eco de las molestías de algunos en aceptar políticas que vienen dictadas desde Bruselas. La inmigración, y particularmente, la apertura de fronteras a refugiados, que Angela Merkel con tanta dificultad sacó adelante, ha llevado a Europa o, por lo menos, a algunos europeos, a sentirse desbancados. 

No sólo con el temor de dejar entrar masas de personas que pueden ocupar sus puestos de trabajo, tomar subsidios y hacer uso de un sistema de salud que ellos -los europeos- han venido pagando por años, sino también con el temor de que su cultura se borre entre los límites de otras. 

Sería injusto generalizar. Decir que los europeos se han tornado fascistas es erróneo. La mayoría acepta la inmigración o por lo menos, la tolera. A sabiendas de que Europa, al menos todavía, necesita inmigrantes para crecer su economía, fortalecer el sistema pensional y poder ofrecer las no pocas bondades que ofrece la Unión Europea. 

Sin embargo, es válido preguntarse ¿hacia dónde va Europa? ¿Podría volverse una amenaza real la inmigración? ¿Cómo manejar una crisis real sin repercutir en la radicalización de ideas de extrema derecha que insisten en el rechazo total de inmigrantes?

El contexto de una situación que todavía no se resuelve

Pasaron ya varios años desde que las portadas de los medios de comunicación destacaban fotografías de inmigrantes arriesgando su vida para llegar a Europa. Pero esto no significa que no siga sucediendo.

La mayoría de estos desplazados provienen de zonas en guerra, como Siria, pero también de países pobres en África. La denominación común y la que parece ser la moneda que los europeos no están dispuestos a aceptar en este intercambio es una que resulta incómoda incluso al mencionarla: los musulmanes. 

Lejos en la memoria están los ataques en París y Bélgica, pero resuena todavía la falta de adaptación o, mejor diría, de reconciliación entre los valores democráticos, que la bandera de la UE tiende a simbolizar, con respecto a los factores culturales que gran parte de la comunidad musulmana comparte. Pero basta con mencionar que la mayoría de los ataques radicales en Europa fueron causados por personas que poseían un pasaporte europeo, para descartar que la radicalización venga de los mismos inmigrantes.

Algunos, los más políticamente correctos, afirman que el problema no es la inmigración si no la carencia de formas de asimilación de estas poblaciones. Otros preferirían que sus países tuvieran más estrictas formas de control de inmigración, para frenar, a largo plazo, la disputa cultural que ya tiene lugar en el continente más antiguo del mundo.

El concepto de asimilación, sin embargo, parece ambiguo. ¿Es necesario no sólo forzar el lenguaje sino también la aceptación de valores comúnmente aceptados en Europa como el derecho al aborto, el matrimonio homosexual y la igualdad de género? 

Aquellos más democráticos dirían que sí, que es necesario educar -si es acaso el término correcto para usar -los valores que Europa predica como correctos. Pero ¿cómo validar el aborto o el matrimono homosexual entre comunidades altamente religiosas como la musulmana? ¿No está en contra de otros derechos el convertir a alguien en contra de su propia religión?

El peligro: la radicalización y la exclusión

El peligroso factor no es la inmigración, sino la incomodidad que genera, incluso entre los más educados y las posibilidades de racionalizar la exclusión de las comunidades extranjeras, como está sucediendo en Hungría, bajo el liderazgo de Orbán.

El Brexit fue una decisión que, hasta en los huesos del más educado de los británicos que votó por él, vino por un rechazo colateral, especialmente de las clases medias trabajadoras, hacia la inmigración. 

Si lo ponemos en otras palabras aún más extremistas: el Reino Unido dejó Europa porque no se sentía a gusto recibiendo dictámenes desde Bruselas, entre ellos, la obligación a abrir sus fronteras a millones de trabajadores europeos del Este e inmigrantes provenientes de otras partes del mundo que llegaban a Europa. 

Pero, ¿qué sería del sistema de salud Británico sin la comunidad India? Lo mismo que ha sucedido últimamente con muchos otros trabajos, de menor cualificación, que han quedado vacíos tras la implementación del Brexit y el retorno de muchos europeos a Europa. 

Pero el Reino Unido es un caso. Quizá un aviso, un preanuncio de lo que podría pasar en otros países con ideas similares como Holanda y Hungría, y en definitiva, la inmigracion y las políticas de asimilación de las mismas, pueden ser la manzana de la discordia que ponga en peligro la Unión que mantiene a Europa o, peor aún, una latente amenaza a la democracia y a los Derechos Humanos de todos los países que firmaron tras una catastrófica y fascista II Guerra Mundial. 

Sólo queda una pregunta resonando: ¿Por qué para los humanos nos es tan difícil convivir con el otro?


*Illia Collazos es comunicadora social de la Universidad de Buenos Aires, ex editora de la revista TKM Colombia. Actualmente se desempeña como especialista en posicionamiento orgánico de búsqueda (SEO), en la Isla de Malta.

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