
¿Hay sueños que puedan transformarse en pesadillas? La respuesta es sí, y la historia de las últimas tres décadas en Nicaragua es el mejor ejemplo: Daniel Ortega, el autócrata que la gobierna desde 2007, encarna un régimen despótico que irónicamente llegó al poder aupado en movimientos populares de reivindicación social.
En dos entregas especiales, les contaremos cómo el héroe se convirtió en un villano que parece tener por propósito ser más despótico que aquel que una vez derrotó.
La situación actual del país centroamericano es lamentable: cierre de medios de comunicación, detención de presos políticos al por mayor (siete de ellos, pre candidatos presidenciales en unos comicios que serán ampliamente cuestionados), persecución a sectores de la cultura, el activismo social, las artes y la religión. Como colofón a todo este escenario, una pandemia cuyas cifran no ceden aún, una crisis humanitaria y un exilio en ascenso. En el centro de la escena los protagonistas: el presidente Daniel Ortega y su esposa, la también vicepresidenta Rosario Murillo. Y, sin embargo, la actualidad nicaragüense no podría entenderse sin su pasado.
A principios de 1979 la dictadura de Anastasio Somoza entraba en un proceso de declive irreversible: años de un gobierno familiar alternado con gobiernos débiles y juntas de regencia, dedicado a la persecución y a la corrupción habían fomentado el surgimiento de grupos contestarios que desde distintos escenarios presionaban el final del régimen tras más de cuatro décadas de permanencia en el poder. Entre ellos se destacaba el Frente Sandinista para la Liberación Nacional, que en el año 1961 se había levantado en armas para liberar a Nicaragua del régimen de los Somoza. En sus filas se destacaban líderes como Carlos Fonseca, Tomás Borge y, por supuesto, Daniel Ortega quien llegaría a la presidencia en 1984, tras las primeras elecciones libres tras la dictadura de Somoza.
El sandinismo, ahora como fuerza de poder, tuvo a su cargo un proceso de re-democratización en una región donde las dictaduras habían gobernado con terror, especialmente bajo la tutela norteamericana y el contexto de la guerra fría. En el nuevo gobierno destacaron liderazgos políticos novedosos y figuras emblemáticas de la insurrección, como el clérigo y poeta Ernesto Cardenal, quien llegó a ser amonestado en público por Juan Pablo II, quien orientó una política exterior vaticana que había convertido al comunismo en su enemigo y a la teología de la liberación en una doctrina a desterrar. Los procesos de alfabetización y de educación dentro de esta primera fase fueron exitosos y permitieron reducir la brecha en múltiples sectores vulnerables. Mientras tanto enfrentó la constante presión de los Estados Unidos al nuevo gobierno sandinista.
En 1990 tras convocar a elecciones anticipadas, Ortega abandonó el poder y le entregó la banda presidencial a Violeta Barrios de Chamorro, la primera mujer en gobernar Nicaragua, emblema de la lucha por la libertad de prensa y viuda del periodista Pedro Chamorro Cardenal, asesinado en 1978 por el régimen de Somoza. Durante los 90 imbuidos todos en la región por el clima de optimismo postguerra fría Nicaragua sobrevivió una aparente “primavera democrática”, pero los problemas de desigualdad, violencia y necesidades básicas insatisfechas continuaron al alza. Si bien Chamorro presidió el proceso de cierre del ciclo del conflicto armado, los fundamentos sociales del mismo, tales como la pobreza y la inequidad permanecieron no solamente en Nicaragua, sino en toda la región.
Por ello, no resultó extraño que Ortega, el otrora líder del Sandinismo, retornara al poder en 2007 tras los gobiernos de centro derecha de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. Para entonces, la región también había cambiado y la crisis del modelo económico neoliberal, así como la corrupción, el deterioro de los partidos políticos tradicionales y la constante intervención norteamericana suscitaron (o por lo menos apoyaron) el surgimiento de nuevos liderazgos neopopulistas (la mayoría, pero no todos, con tendencias orientadas a la izquierda del espectro) como Hugo Chávez en Venezuela, Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, y por supuesto Ortega se sintió en confianza para ser un aliado estratégico desde Managua. El apoyo de la región fue clave para la fortaleza del régimen en medio de una década donde los precios de los commodities y las materias primas permitían la consolidación de un bloque regional con ambiciones de poder.
¿En qué momento entonces empieza la acelerada conversión del régimen en un modelo autoritario con amplias violaciones a los derechos humanos y las libertades básicas? En nuestra segunda entrega haremos un balance del contexto actual nicaragüense y las expectativas de un giro hacia la democracia que se ve cada vez más lejano.
* Luis Fernando Pacheco Gutiérrez es colombiano de nacimiento. Académico por vocación. Abogado, Especialista en Desarrollo Personal y Familiar, Egresado del Curso Superior de Defensa Nacional de la Escuela de Defensa Nacional y maestrando en Relaciones Internacionales. Ha sido docente, investigador y directivo de instituciones educativas y universidades de Colombia y Argentina.
Cofundador y miembro del Comité Editorial del Portal Independiente La Gaitana.