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Opinión | Por: Mauricio Muñoz Escalante

Arbustos quemados en linderos del aeropuerto de Neiva (Archivo personal del autor, 2021).

Mi amigo Keller, el ecologista, escribió hace un año con gran esfuerzo un grafiti como de 25 metros cerca de donde estudia: Los humedales no se tocan, dice.

Es una obra de la que todos los vecinos estamos orgullosos, y eso que él no es un gran muralista. Cuánto quisiéramos que fuera Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, pero él es sólo Keller, a secas. Nos queda de consuelo que lo que le falta de nombre le sobra de talento. Las paredes del barrio son testigos de su frenesí pictórico: hay un dibujo de varios pisos de altura que dice Pacha Mama, un colorido homenaje a la naturaleza; y otro cubriendo toda la culata de un edificio que dice El agua vale oro, un juego de palabras para criticar la extracción de minerales del cauce de los ríos.

Su última obra es un boceto de por lo menos 35 metros cuadrados que dice Los ríos están vivos, que está sin terminar. Sólo se lee el contorno de las letras y unas formas indescifrables que suponemos serán peces y plantas acuáticas de distintos tonos cuando él venga a terminar su misión. Ahí la dejó Keller desde ese infame día cuando participó en la protesta en la que incendiaron una sede bancaria cercana a su universidad.

—La última vez que lo vieron fue antes de que llegara el Esmad —me dice su madre—. ¡Qué casualidad!

Le digo que los dos hechos no necesariamente están conectados:

—La señora Caribdis, la que vive al otro lado, cuenta que lo vio ese día por los lados del aeropuerto… Que dizque le prendió fuego con otros jóvenes a los árboles del borde de la reja para distraer al escuadrón antidisturbios.

—No necesariamente están conectados —Doña Escila me devuelve el comentario–. Ese fue otro evento.

Ella se refiere a las manifestaciones como si fueran montajes teatrales.

—El caso es que en uno de esos «eventos» quemaron los arbolitos —le digo.

—¿Qué culpa tienen ellos? —replica—. Keller es un defensor de la tierra.

—Ya están recuperados —miento, pero ya no sé si hablamos de maticas o de protestas o de encapuchados—. Como ha caído algo de lluvia, se ven mejor…

Por mi mente pasa la imagen que nadie fotografió: por entre el humo de la quema, en la pared de la cancha sintética del club, el letrero de 10 metros de largo por 3 de alto que dice Sin árboles no hay vida, y al artista, Keller, nuestro Bansky surcolombiano, enfundado en un pasamontañas huyendo de los lentes de las cámaras…

Doña Escila mueve la cabeza hacia los lados y deja salir un suspiro:

—El problema de ese muchacho es que lo que hace con la derecha, lo borra con la izquierda —me dice tratando de explicar la paradoja.

Nos miramos unos segundos en silencio, demudados por el tinte político de su comentario. Entonces se levanta con dificultad y me acompaña a la puerta.

—Tengo que hacerme cargo de la jauría —dice de nuevo con cinismo, mientras del fondo de la casa salen los gritos divertidos de sus otros 5 hijos, engarzados en una pelea como de perros.


Perfil: Mauricio Muñoz Escalante es arquitecto de la Javeriana y Máster en arquitectura del Pratt Institute. Dirige el programa de arquitectura de la Universidad Antonio Nariño en Neiva.

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