
Por: Illia Collazos
Todos escuchamos esta semana la disputa sobre el huevo. La FENAVI negaba que los huevos que los colombianos nos comemos son alemanas, algo que Francia Márquez, quizá en un exabrupto, dejó salir sin muchas consecuencias de su discurso político.
Lo cierto es que, aunque los huevos con arepa que usted se come al desayuno no son alemanes, -de hecho, quizá la confusión viene de los huevos para fecundar las gallinas y los huevos como producto de mesa -; nuevamente una anécdota cubre el que es en realidad el problema de Colombia desde hace 10 años: los Tratados de Libre Comercio.
Las cifras a 10 años del TLC
El informe, disponible en tlc.gov.co, inicia la sección sobre los resultados de los tratados de libre comercio, haciendo referencia a la crisis de la pandemia y parece excusar los números negativos de 10 años, en los dos últimos de desaceleración económica.
Adicionalmente, algunos datos relevantes como un 4,6% de crecimiento en el valor de las exportaciones desde el 2005 al 2020 -cuando se empezaron a firmar tratados de libre comercio con varios países- y un 5% de crecimiento del valor de las importaciones en el mismo periodo. Es decir, hemos importado mayor valor de lo que hemos exportado, incluso antes de la pandemia.
Otra cifra relevante, es que alrededor del 76% de las importaciones que Colombia realiza corresponden a materias primas y bienes de capital. Esta es, sin duda, una mala noticia en un contexto triplemente afectado por: una crisis post-pandemia, fomentada, entre otros muchos factores, por el encarecimiento del combustible y la consecuente inflación generalizada a nivel global; un dólar a más de 4 mil pesos colombianos, junto con una guerra en uno de los países que más exportan trigo al mundo.
Que fue primero: el huevo o la gallina
Mucho colombiano de a pie se pregunta: ¿cómo puede ser que esté tan costosa la papa en un país papero? ¿Cómo pasé de pagar el huevo de 200 pesos a 600 pesos en menos de 5 años? ¿Y el pan? mejor ni mencionarlo, pero por supuesto usted sabe que ya no existe el pan de tienda de 100 pesos.
Estas dudas cotidianas, de no baja importancia, presentan el mismo dilema que cualquier ecuación: la del origen.
Es cierto que Colombia exporta productos agropecuarios. Pasando desde productos derivados del café, bananas o plátanos frescos, flores, carbón: hullas térmicas y coques, aceite de palma, entre otros.
También es cierto que, agropecuariamente hablando, Colombia podría ser autosuficiente: poseemos el terreno, la fertilidad de las tierras, la mano de obra campesina y un clima tropical favorable.
El problema reside en que para producir la papa, para mantener boyante y sin plagas las plantas de café, para fumigar los cultivos de arroz, para vacunar el ganado y arar la tierra, entre otras labores que sólo quien ha labrado el campo podría entender, es necesario adquirir productos que no se producen en Colombia.
Con un dólar que ha venido subiendo, sin pausa, desde hace más o menos 4 años, la balanza contable de la mayoría de los campesinos y productores del campo, ha pasado a ser negativa y, como es de esperarse, un traspaso a los precios finales es más que concluyente y esperable.
Esto es economía básica, pero al parecer, incluso en un contexto electoral como el que atravesamos, no parece que los candidatos estén esmerándose por encontrar el origen del problema para cortar, como se dice vulgarmente, la cabeza de la culebra y acabar con la peste.
¿Soluciones?
Bajo el contexto internacional en el que estamos, no queda mucho por hacer que apretar el cinturón. Gran parte de las inflaciones mundiales en la historia, han sido paliadas por una suba en la tasa de interés, que ya está pasando en todos los bancos centrales del mundo.
La economía de Colombia sigue, sin embargo, creciendo, pero en el sector equivocado: el Agro fue uno de los sectores con más caída (alrededor del 7 %) solo en el mes de marzo de 2022.
Colombia tiene una obligación muy grande con el agro, y un compromiso mucho más grande de abaratar sus costos, a través de subsidios e incentivos que deben ser política económica de Estado.
Adicionalmente, aunque ningún tipo de nacionalismo extremo es sano, sí es positivo que como colombianos compremos made in Colombia. No sólo porque le estamos comprando al campesino y al productor vecino, sino también porque es un hecho que nos sale más barato.
No somos un país industrial y estamos lejos de serlo, pero sí podríamos encontrar caminos para reemplazar materias primas importadas que encarecen la canasta familiar, como los fertilizantes, las vacunas para bovinos, hormonas, entre otros productos para los que no se necesitan grandes plantas de producción, ni cambios drásticos en el modelo económico.
Aunque, sobra decir, que a largo plazo, lo único que le queda a un país como el nuestro, es precisamente cambiar el modelo económico dependiente que ha venido sosteniendo por ya más de 10 años.
Illia Collazos es comunicadora social de la Universidad de Buenos Aires, ex editora de la revista TKM Colombia. Actualmente se desempeña como especialista en posicionamiento orgánico de búsqueda (SEO), en la Isla de Malta.
La importancia de entender la relación de toda la vida; si es primero; el huevo o la gallina y porque el valor es generado por la mayor importación existente en nuestro país vs. exportación.